dilluns, 14 de novembre del 2011

Recuerdos

    Sucio, rastrero, oportunista, salvaje, despiadado... Superviviente. Habia pocas palabras que pudiesen definir tan bien el carácter de Arnad Molok como esa última, superviviente. Jack lo sabía muy bien. Por fuerza tenía que saberlo, de no ser así seguramente no hubiese estado de pie en ese callejón bajo la lluvia sino más bien unos cuantos metros por debajo de sus pies, tirado en alguna alcantarilla siendo pasto de las ratas.

    Arnad Molok era un tipo fornido, atlético de piel curtida y mirada fría. Jack lo observaba mientras se iba deshaciendo del pequeño arsenal que por costumbre siempre llevaba encima. No habia cambiado ni un ápice desde que lo había visto por última vez, sólo alguna que otra cicatriz nueva le recorria el cráneo afeitado, señal sin duda de la dureza de las condiciones de vida imperantes en la que otrora fuese una próspera ciudad colmena imperial y que ahora bullia con el movimiento de las bandas callejeras por el control del territorio y la supervivencia de sus miembros. El órden imperial habia dado paso al caos y la anarquía en los bajos fondos de Margehast Primus. La vida en esos barrios se regia por una sola ley, la ausencia total de ellas y Arnad Molok era la viva imagen de ello. Llevaba puesto un chaleco militar de color negro sobre una camiseta en otro tiempo blanca llena de remiendos y marcas de quemaduras y unos pantalones anchos de un color grisáceo de los que en otro tiempo usaran los mineros de la colmena.

    Jack rebuscó pacientemente entre los pliegues de su largo abrigo de cuero. Era una prenda bastante cómoda que habia conseguido de un comerciante independiente hacia unos cuantos méses estandar. La piel, de tacto suave y liso, era de un color rojo oscuro y adosada a su cara interior llevaba una capa de blindaje antifragmentación muy bien disimulado, lo que la convertía a su vez en un elemento muy pràctico. Al fín notó el frío tacto de lo que buscaba, la empuñadura de una pistola de agujas glaviana, y la sacó de debajo de su abrigo para apuntar con ella a la cabeza de Molok que lo miró con cara de sorpresa.

    - Sí, aún la conservo, Molok. - Dijo Jack en respuesta a la cara de sorpresa de Molok. - ¿Sabes? Con los años se ha demostrado como un arma muy fiable y prácica, especialmente cuando te interesa pasar desapercibido... Pero supongo que no te estoy contando nada nuevo, ¿no es asi?

    Molok masculló algo ininteligible.

    - Y ahora, si fueses tan amable, ¿Podrías hacer el favor de dejar también en el suelo tu pistola de agujas?

    Molok maldijo por lo bajo y dijo algo no muy cortés sobre la madre de Jack mientras sacaba de debajo de la pernera de su pantalón una pistola de agujas idéntica a la que le estaba apuntando la cabeza y la dejaba en el suelo. Aquella pistola había pertenecido a un noble de la colmena de Marguehast Primus que tuvo la mala suerte de intentar cazar a la presa equivocada. Con la decadencia de la colmena se habia convertido en un deporte habitual entre los jovenes de las casas nobles la organización de partidas de caza en los bajos fondos. La excusa oficial era que servian para mantener el órden en unos barrios totalmente abandonados por las fuerzas de los arbites. La realidad era una carniceria indiscriminada y una excusa para que los jóvenes, demasiado finolis, y supuestamente importantes por sus derechos de sangre, como para plantearse alistarse en la Guardia Imperial pudiesen sentirse poderosos. Algunas veces, sin embargo, las cacerias no salían según lo planeado, pronto descubrieron que algunos de aquellos supuestos corderitos también tenian dientes. Aquellos seres indefensos fueron organizándose, formando bandas en las que cada miembro cuidaba de los demás, los corderos se convirtieron en lobos y de entre estos, dos eran los que destacaban. Dos eran lo nombres que se repetían en los bajos fondos de Primus, dos supervivientes, dos nombres que corrian entre la gente como dos fantasmas, la sombra de los cuales se extendia por toda la colmena en susurros, mitad humanos mitad leyenda. Los que portaban las pistolas de Xavier Loyen, pimogénito del Señor de la Colmena.

    - Bueno, y ahora, tras esta pequeña formalidad – dijo Jack señalando el pequeño arsenal esparcido por el suelo con la pistola- ¿Serias tan amable de llevarnos al señor Adrien y a mí a un lugar más tranquilo en el que poder hablar? Y tranquilo, ya recojo yo tus armas, aún recuerdo lo difíciles que son de conseguir. No te procupes, las cuidaré bién.

    - Mas te vale, o sabes bien que te arrepentirás de ello Jack.

    - No lo dudo.


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